lunes, 3 de agosto de 2009

TRANFIGURACIONES (pintura)



Obra adquirida  coleccion particular.

Luis Morón: la hibridación imaginaria.
Ayer soñé que hacía equilibrios al borde de un edificio. Todo a mí alrededor era gris, azul, anodino y frío. Sólo resaltaba mi traje, de alegres colores y dibujos extraños, orlado de rombos y damascos. Sostenía un ridículo paraguas. Convencido y a la vez entumecido por el miedo, me atrevía a cruzar sobre finísimos cables la distancia que separaba las enormes moles de acero y cristal. Seguía caminando hasta que al mirar bajo mis pies descubría que mi sustento había desaparecido y bajo aquellos sólo quedaba oscuridad y abismo. Y caía, caía, caía…
Mucho de los resultados positivos de la pintura de Luis Morón se deben a estar engarzados en las mallas de la paradoja. Paradójica, finalmente, es una doble lectura que imbrica, por un lado, una voluntad de presentar y re-presentar una irrealidad que sitúa la figura humana en el onírico escenario de nuestras tensiones y miedos, en la aséptica ciudad de los recuerdos mientras, por otro, no deja de renunciar a unas técnicas y procesos de ejecución comprometidos con la pintura sin controlados auxilios o engaños. El resultado es una hibridación genuina. Que desconcierta a quienes se acercan buscando en el lienzo la perfección que posee el recuerdo, no renunciando ni al óleo ni al lienzo, ni a la manualidad que implica el hecho pictórico. Que incomoda a aquellos que esperan encontrar la mera representación de una fantasía particular y se terminan topando con un espacio genérico y, por ello, universal en sus propuestas.
Podemos situar su trabajo dentro de la recuperación actual a la que asistimos de la pintura-pintura. Una generación de artistas jóvenes andaluces se encuentra en la senda de retomar una serie de claves anteriores y heterogéneas, artísticas y extra-artísticas, con las que reelaborar si no algo nuevo, sí algo novedoso y cómplice. Sin complejos ni ataduras. A veces esta recuperación bascula hacia lo vehemente y expresivo, hacia lo gestual y directo; a veces hacia lo íntimo, hacia lo introspectivo o cotidiano. Un nuevo clasicismo de convicción resguardado bajo el manto de la contemporaneidad más cercana.
El artista sevillano entresaca algunas de las imágenes empleadas en sus obras de los medios de comunicación. Sin embargo, no reivindica esta circunstancia en el producto final, ni elabora con ello una crítica más o menos solapada de actualidad social. No por vergüenza ni desinterés; la finalidad no halla su justificación en el proceso sino en la propuesta. De las imágenes cotidianas, bien seleccionadas por el artista, deben emerger facetas que conminen a nuestra mente a entrar en una fase de remembranza. Y es que, estas imágenes, comparten el máximo común denominador de la añoranza, del tiempo perdido y recordado. Un tendero, un ciclista, una vieja sentada en una silla de nea, el equilibrista que una tarde de sábado pasó anunciando fabulosos espectáculos…
Morón sabe de la potencia de estas imágenes cuando son individualizadas y desprovistas de elementos circunstanciales y anecdóticos. Y las sitúa –casi las deposita- en la escenografía en perspectiva creada al efecto. Una escenografía aparentemente urbana, pero tan ficticia y esencial que se resume en volúmenes geométricos primordiales. El artista anula toda narración, toda acción colectiva y da paso al abismo de los ademanes y las posturas, de la memoria y la intuición. Y sabe también, que al actuar así, termina convirtiendo estas imágenes en iconos susceptibles de ser analizados como elementos simbólicos pertenecientes a un mensaje colectivo y oculto. Y no seré yo quien lo desvele.
Iván de la Torre Amerighi.
Crítico de Arte.

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